El padre, su valor de Escuela. Kaira Vanessa Gámez
Al recibir la invitación de la Comisión
de carteles a elaborar algo en torno a la experiencia de cartel, me interesó
especialmente una de las preguntas que ha venido trabajando la comisión: ¿Cómo
demuestra el cartel que se puede prescindir del Nombre del Padre, valiéndose de
él? Esta cuestión proviene del capítulo VIII de El Banquete de los analistas,
titulado “El Nombre del Padre o cómo valerse de él.” Quisiera comentar un
párrafo de ese texto para arrojar alguna luz sobre la relación entre el padre,
el cartel y la Escuela.
Procurando dar con lo que hace de la
comunidad analítica una comunidad civilizada, regulada, Miller se sirve en este
texto del concepto de identificación. El fundamento estructural de cualquier
comunidad, de cualquier ´todo social´ reside en la identificación simbólica, dice,
siendo que esta se establece sobre un “no-semejante” a los otros.[1] Esta
operación define –cuando se da– el paso del estado salvaje a la civilidad, y la
comunidad analítica no es allí la excepción. La comunidad analítica está, como
otras comunidades, fundada en una identificación simbólica. Miller subraya que
Lacan no desconoció esta categoría; al contrario, la despejó, la puso en
evidencia bajo el nombre de ´más-uno´, la colocó en el fundamento de uno de los
dispositivos base de la formación del analista y, en ese mismo acto, la
vulgarizó, la trivializó:
“Lacan propuso su fórmula en el Acto de
fundación para vulgarizar el más-uno. Formar –o invitar a que se formen–
carteles es afirmar que, desde que existe la función de más-uno, no nos
corresponde negarla en nombre de nuestra buena voluntad. Luego,
trivialicémosla, hagamos montones de microsociedades, cada una con su más-uno,
el cual a partir de entonces no será tanto una persona como un lugar de
estructura. He aquí lo que muestra el cartel: servirse del lugar estructural
del NP, de al-menos-uno, es justamente lo que permite prescindir de él.”[2]
¿De qué se prescinde?, fue la pregunta
que me planteé al leer este párrafo. Previo a este punto, hay una indicación
importante sobre esa identificación simbólica que la función del más-uno representa:
está ligada al significante del ideal que, a su vez, esconde, sostiene un
objeto real.[3]
Ahí, en ese lugar que al-menos-uno está llamado a ocupar en un cartel –y que es
un lugar inexorable de la estructura social–, está escondido el objeto, el
objeto que está en juego para cada uno. Alguien ha de colocarse allí para hacer
algo distinto con ello.
No hay que confundir a este “no-semejante”
con lo que el propio Miller llama en la Teoría de Turín “un
uno-que-no-es-como-los-otros”. El no-semejante que está en la posición del al-menos-uno
en el cartel, no es uno excepcional frente a los otros; al contrario, pertenece
y proviene de un conjunto de excepciones, de soledades, de sujetos barrados. Un
conjunto en el que cada uno de los que pertenecen a él está fijado a
significantes-amo y habitado por un plus-de-goce particular.[4] Se
trata entonces de un al-menos-uno, que en ese sentido, es como los otros.
Hacer ese uso trivializado de la
identificación simbólica que el cartel propone es, en el acto, dejar atrás lo
universal del padre. Se prescinde de su poder encubridor, de la fuerza de
obnubilación –masificante– que ejerce sobre el sujeto; planteándose en su lugar, como
señala Alejandra Breglia, una suerte de solidaridad entre el padre y el síntoma:
“El más-uno y el síntoma, ambos, están en posición de existe al-menos-uno”.[5] Freud
creía en el padre, creía en el síntoma. Lacan demuestra que no es necesario
creer en él para que opere. Saber que ese ´al-menos-uno´ opera, creamos en él o
no, reconocerlo, dejarse engañar por él, es hacer un uso particular de la
función de identificación simbólica que estructura el vínculo social. Un uso de
prescindencia, podríamos decir. Un uso que le otorga el estatuto de un señuelo.
Lo que al cartel concierne de este asunto es que la formación del analista
requiere de ese señuelo para producirse. Al servirse de esa suplencia que anuda
momentáneamente a los cartelizantes, y que guarda lazos estrechos con el lugar
del ideal, el cartel abre la posibilibad para cada uno de extraer del recorrido
un saber que no sea solidario, o deba poco al padre muerto.[6]
En ese sentido, el cartel es en sí mismo
una banalización del padre. Se ofrece para cada cartelizante en singular, como una
oportunidad para librarse del NP, es decir, para valerse de él. Leo así lo que
funda su estatuto como dispositivo de formación. Mauricio Tarrab comenta una cita de Ram
Mandil en la que dice: “El saber hacer con el sínthoma –con el
padre– cobra valor de Escuela”. Y se pregunta Tarrab: “¿porqué eso sería así?
¿Por qué algo que sería tan singular cobraría valor de Escuela?”, de inmediato hipotetiza
que es porque con ese saber-hacer-ahí no puede hacerse un colectivo.[7] Esto
lo leo junto a otra puntuación de Miller en la Teoría de Turín: “la Escuela es
una serie de soledades a la cual le falta una ley de formación.”[8] ¿Vendrá
ese saber-hacer con el sínthoma, la posibilidad y los modos de prescindir del
NP, al lugar de la ley de formación que le falta a la Escuela?
El más allá del padre es correlativo de
un más allá de la ley que va a incidir inevitablemente en la formación de
analistas, e incluso, que la va a hacer posible. En este punto, vuelvo a Miller
cuanfo afirma que eso es lo que se profiere en el banquete de los analistas: “¡Sírvanse!
¡Sírvanse del NP! De lo contrario, les cae sobre la cabeza, ¡los aplasta!”[9]
Siendo así, ese cierto tipo de comunidad que es la comunidad analítica, para
que lo sea, para que no se convierta en un sindicato analítico al modo de la
Internacional, no estaría fundada en una identificación simbólica con el padre;
sino con su función, es decir, con aquello que opera desde el lugar del
semblante. Y el cartel allí es decisivo. Formar carteles, decía Miller en el
párrafo que quise comentar, es admitir sobre la identificación simbólica –función del
más-uno–, que no nos
corresponde negarla. Que esta existe y opera más allá de nuestras buenas
voluntades. De modo que es usarla, o ser usados por ella. Por eso llama al
cartel una solución invisible para la comunidad analítica. Solución al
problema del padre. Servirse del al-menos-uno para ocupar esa función –así vulgarizada–, permite hacer un
uso del significante del ideal, que en lugar de revestir el objeto real que
soporta para cada uno, reenvia a cada sujeto a su propia relación con ese
objeto, que no es otra cosa que una causa experimentada a nivel subjetivo, una
elección subjetiva propia. El cartel es una microsociedad que se sirve del
nombre para tomar distancia de la cosa misma que está en juego él, y así poder
hacerla legible, incluso conmoverla. Pero no hay un modo, no hay El modo de
hacer con el padre. Por lo que no es posible cerrar ese colectivo que es la
Escuela en torno a una, a La ley de formación.
[1] Miller, J.-A., El banquete de los analistas, Paidós,
Buenos Aires, 2010, p. 139.
[2] Íbid., p. 142.
[3] Íbid.
[4] Miller, J.-A., “Teoría de Turín acerca del
sujeto de la Escuela”, 2000, https://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/021/template
.php?file=arts/Alcances/Teoria-de-Turin.html
[5] Breglia, A., “El padre síntoma como
invención de cada sujeto”, Revista Virtualia, No. 28, Año XII, 2014, https://www.revistavirtualia.com/articulos/191/limites-y-dificultades-en-la-practica/el-padre-sintoma-como-invencion-de-cada-sujeto
[6] Miller, J.-A., “Teoría de Turín acerca del
sujeto de la Escuela”, op. cit.
[7] Tarrab, M., “Tres para el psicoanálisis:
Cartel, Escuela y Pase”, 2020, https://www.cuatromasunoeol.com/edicion/003.textos-de-orientacion.mauricio-tarrab
[8] Miller, J.-A., “Teoría de Turín acerca del
sujeto de la Escuela”, op. cit.
[9] Miller, J.-A., El banquete de los
analistas, op. cit, p. 142.