Fotografía y sueño. Una vuelta a propósito de una carta que sí ha llegado a destino. Susana Strozzi
Susana Strozzi, Miembro de la Nel en Caracas
I.-
En el ciclo de trabajo anterior, en torno a Psicoanálisis y Arte, mi
contribución estuvo dedicada a la fotografía. Buscaba explorar algunos
contrastes que llevaban a reflexionar sobre la imbricación entre las
condiciones de la técnica y su capacidad para atrapar el movimiento y, con
ello, lo instantáneo y la fugacidad del tiempo.
Me detuve en la célebre placa de Daguerre (1839) de un bulevar parisino
mediante la cual sólo se podía captar lo inmutable: fachadas, monumentos,
la piedra, los árboles, las montañas, el duro deseo de durar de la naturaleza o de los artefactos mientras
la gente en movimiento formaba un vacío revelador en la
superficie de la fotografía que –indiferente e impasible ante la vida– no podía
captarlos…aún. Era el registro de un espacio inhabitado…
Hubo una primera etapa en la que voces encontradas se hicieron presentes,
bien para denunciar al “diabólico arte francés” (“Querer fijar fugaces
espejismos, no es sólo una cosa imposible, tal y como ha quedado probado tras
una investigación alemana concienzuda, sino que desearlo meramente es ya una
blasfemia”. En: Der Leipziger
Stadtanzeiger, citado por W.Benjamin) o para defenderlo, como tempranamente hiciera el físico Arago en
la Cámara de Diputados anticipando el alcance del invento en tanto aplicable a
la observación y el registro de la actividad humana, desde la astrofísica hasta
el estudio de un corpus de jeroglíficos
egipcios. Y también el inicio de una controversia que oponía la nueva técnica a
la pintura, hasta entonces el medio privilegiado para el retrato, la
reproducción de los interiores, los grandes acontecimientos y las escenas
anónimas que recreaban lo cotidiano de la Historia, en un deslizamiento que iba
desde las consideraciones estéticas a la
de las funciones sociales.
A más de un siglo de distancia de Daguerre– casi dos han transcurrido
desde 1839– un par de puntuaciones permiten recoger direcciones para la
investigación:
1)
Es la que apenas abordé en la contribución anterior, y se fundamenta en
la contrastación entre el uso– artístico y periodístico– de la fotografía para
atrapar un momento de la vida (tal como se hizo hasta mediados del siglo XX ) y
conservarlo como memoria, testimonio, etc. Lo que podríamos llamar “un archivo
de la vida”. Por su parte, los saltos tecnológicos al microchip y las cámaras
en los teléfonos inteligentes dieron
vuelo, en las últimas décadas y con aceleración vertiginosa, a lo que pasa a
ser conceptualizado como una de las formas del malestar contemporáneo (una contemporaneidad
que hago llegar hasta comienzos de este año) y que, incluyendo el imperio de las “selfies”,
concierne a la preferencia por el registro del momento en sustitución de su
vivencia: una sustitución de la vida por el registro.
2) En la otra vía se pueden
recortar cuestiones importantes que cubren, sin duda, algunas de las tensiones
aún sin dirimir entre la fotografía y el arte. Pero me voy a permitir un giro
de timón a partir de lo que se ha producido en el mundo desde mediados de marzo
pasado, cuando las decisiones de los gobiernos nos colocaron– planetariamente–
en situación de confinamiento como recurso para enfrentar la pandemia. Un
confinamiento en un mundo globalizado. Un confinamiento respecto del cual lo
más que podemos decir es que estamos en el “momento de ver”, pero en el cual y
con el cual, tenemos que hacer. Hacer qué? Hacer cómo? Hacer con qué?
II.-
Ya no estamos en los tiempos freudianos, los del malestar en la cultura.
Ni en los lacanianos, el de la cultura del malestar obliterado por el
imperativo de gozar. Quizá hayamos entrado
en la que en algún lado nombraba JAM– anticipándose – como la cultura
del horror y en relación con la cual la pregunta por el psicoanálisis se vuelve
fundamental.
“Todo lo que tenemos hasta ahora
de real es poco frente a lo que siquiera se puede imaginar, porque justamente
lo propio de lo real es que uno no se lo imagine”. Así hablaba Lacan en una conferencia de
prensa mantenida en Roma el 29 de octubre de 1974 y que conocemos con el título
de “El triunfo de la religión.” Algo de la inquietud periodística apuntaba
entonces a la angustia de los científicos. Pero, y la angustia de los analistas
hoy? Sobrevivirá el psicoanálisis?
Decía más arriba: Hacer qué? Hacer cómo? Hacer con qué?
Para hacer algo con lo real somos analizantes e inscribimos nuestro
trabajo, nuestra transferencia de trabajo, en la Escuela. Uno a uno, uno por
uno. Y para responder la pregunta por el
psicoanálisis – más allá o más acá de lo que a veces solemos reiterar un tanto
mecánicamente – elijo ahora dirigirla no
a los artistas sino a nuestros AEs,
nuestros AEs de la Escuela Una, apostando a sus enseñanzas como orientación.
III.-
Leonardo Gorostiza, en uno de sus testimonios titulado: “Del instante
del fantasma al deseo del psicoanalista”, precisa cómo un sueño “vino a marcar un
punto de inflexión”en su recorrido. La escena, que describe como de gran
placidez, tiene lugar en su consultorio donde, en color sepia “como si se
tratara de una antigua fotografía”, contempla la hendidura de la mujer – su
paciente– que la muestra delicadamente. Y subraya cómo toda la escena parece
estar fuera del tiempo, eternizada. De pronto, “súbitamente
y de manera abrupta, el techo de la habitación se abre -como lo hacen ciertas
cúpulas de los cines o los teatros- dejando ver el exterior. Constato con
horror que un helicóptero se sostiene en el aire y que han fotografiado la escena. He sido sorprendido in fraganti por el ojo de la cámara. Hasta
aquí el sueño.”
Allí se
produjo, dice, el atravesamiento del fantasma y la identificación al síntoma.
“A distancia
del Ideal del cual podría verme a mí mismo como amable, de lo cual la vergüenza
de haber sido sorprendido in fraganti
atestigua, se me revela ese otro punto, ese –como dice Lacan - “… donde el
sujeto se ve causado como falta por el objeto a y donde el objeto a viene
a tapar la hiancia que constituye la división inaugural del sujeto.”
Así, fue luego
de este sueño que pude, tal como anticipé, declinar la fórmula “el enojo del
Otro” en un estar “en el ojo del
Otro” y, aún más, de esa manera “ser el ojo del Otro”.”
Un efecto
inmediato del atravesamiento fue la inmediata apertura a la contingencia
–diferenciada nítidamente de lo experimentado hasta entonces como eternidad,
que tiene la modalidad lógica de lo necesario y que introduce siempre la idea
de destino. Pudiendo haber dado por finalizado su análisis allí, decidió, en
cambio, continuar.
Otro sueño precipitará el
desencadenamiento del tramo final. Tomo algunos elementos que conciernen al
trabajo en relación con el Congreso, ya que es de lo que se trata hoy.
Enfrentado a un colega en un lugar público, aquél se dirige a él con una frase
enfática: “Yo soy la verdad”. A lo que él replica: “Y yo soy lo real!”. Luego y
“antes de que él se recomponga -para un
diálogo posible- la prisa me lleva a concluir: debo hacer un black- out. A la manera de como terminan los avances de las películas por venir,
súbitamente se oscurece la pantalla y el sonido es reabsorbido, es aspirado, en
un silencio final. Es algo así como una “succión sonora”. Allí me despierto.”
El “black-out”
asume a posteriori una importancia fundamental en tanto Gorostiza mismo dice:
podría haber dicho “apagón”. Sin embargo, será después, a lo largo de su
trabajo testimonial, cuando encuentra una referencia: el uso por Lacan de ese
término para referirse a la oscuridad que envolvía, en las instituciones
analíticas tradicionales, el pasaje de psicoanalizante a psicoanalista en su
entramado con el llamado “análisis didáctico”.
(Proposición del 9 de octubre de 1967). Y si en ese sentido es una
oscuridad del orden de “no querer saber” para él tuvo valor de iluminación por
la vía del sueño relatado.
El otro punto que quería subrayar para
finalizar – hay muchos pendientes para desarrollar– es el concerniente al
cambio en relación con el tiempo implicado en el atravesamiento. Y que
considero de importancia fundamental en relación con el presente y el peso de
cierta eternización que se experimenta en torno a la prolongación del
confinamiento y la indeterminación absoluta que parece ser el titular más
reiterado con el cual se nos bombardea desde las redes y las fuentes de
información telemáticas.
Pienso – así es para mí– que lo más precioso de esta enseñanza es que se trata de una carta
no robada, una carta que sí ha llegado a destino.
Caracas, 27 de agosto de 2020